viernes, 10 de febrero de 2017

Victoria (VII): La primera estrella

Salí del local de aquel desconcertante personaje, exhausta y hundida tras el horrible día que llevaba. La perspectiva de llegar a casa, quitarme los tacones y meterme por fin en la cama, que era lo único que me daba fuerzas en ese momento, quedó nublada por el recuerdo de la chabola que era ahora mi nuevo hogar. Tratando de contener las lágrimas de desesperación que se agolpaban en mis cristalinos, suspiré y decidí hacer de tripas corazón y encaminarme de nuevo al metro para volver al pequeño rincón del área adinerada de Bridgeport donde me esperaba mi desvencijada cama y mi maleta enterrada… si es que para entonces nadie la había descubierto aún y se había llevado lo único que me quedaba.
Apenas di unos pasos cuando, de pronto, el corazón se me paralizó.
—Sí, está bien, dile a Marsh que estaré en Aquarius este sábado, pero a Stella no le va a hacer ninguna gracia. Sí, Gary, tú también. Nos vemos mañana.
Un hombre alto y atlético, vestido de manera informal, aunque con cierta clase, colgaba su teléfono móvil a unos pasos de mí y lo guardaba en su bolsillo. Rozaba la treintena y tenía el pelo castaño y corto, algo despeinado, con mechones largos que enmarcaban desordenadamente un rostro presidido por unos ojos rasgados y oscuros, de largas y gruesas pestañas. Sus rasgos eran incluso algo femeninos, con esa nariz redonda y esos labios rosados y carnosos, a excepción de una mandíbula cuadrada y unos pómulos altos muy masculinos que, con todo, lo hacían muy sensual sin pretenderlo. Ese armonioso contraste era el gran atractivo de Richie Striker, uno de los jugadores de fútbol más populares del equipo de Bridgeport, cuyo nombre, como poco fanática de ese deporte que era, no me despertaba el más mínimo interés.
Pero, tal vez, conocer a una de las celebridades de mayor renombre del momento sí podía resultar interesante.
Olvidé por completo mi agotamiento físico y emocional y me acerqué con paso decidido deportista.
—¿Richie Striker? –pregunté con voz suave.
El futbolista se dio la vuelta, con una mezcla de desconcierto y hastío, y me repasó de arriba abajo antes de preguntar:
—¿Y tú eres…?
—Sólo una admiradora.
Él vaciló unos segundos.
—Si lo que quieres es un autógrafo o una foto, en este momento tengo algo de prisa.
Hasta un niño podría haberse percatado de que lo último que le apetecía a Richie Striker en esos instantes era tener que vérselas con un fan.
Tenía que actuar rápido.
—Ya, bueno, por suerte para ti no quiero nada de eso.
Él me dirigió una mirada extrañada.
—¿Entonces?
—Me acabo de mudar a Bridgeport y quería saber qué sitios hay por aquí para salir de fiesta.
Richie alzó las cejas, visiblemente sorprendido.
—Eh… ¿Por qué no le preguntas a cualquiera? Ahora mismo no tengo mucho tiempo.
Era evidente que estaba realmente esforzándose por no ser maleducado.
—Porque no me vale cualquiera –respondí –. Soy actriz y necesito ir a algún lugar donde pueda tomarme una copa sin que me interrumpan.
Él me observó, a medio camino entre la sorpresa y el escepticismo.
—¿Se supone que debería conocerte?
—Depende de cuánto tiempo hace que no vas al cine.
—¿Cómo te llamas?
Sonreí con picardía.
—Dejémoslo en Victoria.
Él me estudió minuciosamente, intentando averiguar quién era.
Carraspeé, simulando una incomodidad que en el fondo no sentía en absoluto mientras me sonreía internamente por haber conseguido llamar su atención.
—¿No tenías prisa?
Él apartó la mirada con nerviosismo al darse cuenta de su error.
—Perdona, es simplemente que no sé quién eres. Puede que sea cierto que hace tiempo que no voy al cine.
—Es curioso que digas eso teniendo en cuenta lo amigo que eres de Matthew Hamming. ¿O es que eso sólo es otro bulo de la prensa rosa?
—No, es cierto que Matt es buen amigo mío, pero últimamente no he tenido mucho tiempo que digamos. ¿Es que acaso has trabajado con él?
Medité un segundo las posibilidades, pero acabé decantándome por limitarme a sonreír enigmáticamente y dejar que él sacara sus propias conclusiones.
—Si no vas a aconsejarme tal vez debería preguntar a otra persona –cambié convenientemente de tema –. No me sería muy difícil encontrar a alguien que también me sirva, y no eres el único que tiene prisa.
Richie no contestó enseguida. Se quedó mirándome con curiosidad durante unos momentos, hasta que finalmente metió una mano en el bolsillo de su cazadora y sacó algo de ella.
—Ten –dijo, alargándome una tarjeta –. Normalmente no llevo estas cosas encima, pero hoy has tenido suerte. Mi agente me obliga a ir a un sitio de esos que buscas este sábado. Puede que sea menos malo si tengo algo de compañía.
Traté de disimular mi estupefacción lo mejor que pude y mantenerme calmada mientras guardaba el número de teléfono de Richie Striker en mi bolso.
—Puede que te llame. Será agradable estar con alguien que no me conoce por una vez.
Una sonrisa se asomó por primera vez a sus carnosos labios.
La verdad era que sí era atractivo.
—Supongo que tendré que correr el riesgo.
Un coche se detuvo de pronto a sus espaldas. Él volvió a sonreír, mirándome con ojos nuevos.
—Espero tu llamada, Victoria –dijo, abriendo una de las puertas del vehículo y subiéndose a él.
El coche se puso en marcha y yo me mantuve sonriendo mientras lo vi alejarse y doblar la siguiente calle.
Tardé un buen rato en volver a la realidad y digerir no sólo que había conocido a Richie Striker sino que además había conseguido su número de teléfono. Saqué la tarjeta de mi bolso, comprobando que el futbolista no se había quedado conmigo y que, efectivamente, el número estaba ahí. Su número personal, en teoría.
«Bien», pensé, empezando a ser consciente de lo que acababa de ocurrir. «Esperemos que Richie Striker realmente no tenga mucho tiempo».


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