Dicen
que la vida es como un tortuoso sendero, repleto de obstáculos que salvar,
algunos más pequeños y llevaderos, otros más grandes y costosos. Lo más
probable es que en algún momento del camino hallemos uno que marque un punto de
inflexión en él, un altísimo acantilado que ponga a prueba algo más que nuestro
ingenio o nuestro carisma, y que tal vez no estemos preparados para saltar. O
puede que simplemente lleguemos a una encrucijada sin señalar y no sepamos qué
camino nos llevará a nuestra meta. Quizá ni siquiera sepamos bien a dónde se
supone que deberíamos dirigirnos.
Dicen
también que, llegados esos momentos, lo importante no es tropezar y caer, sino
saber levantarse y seguir adelante. A veces no es cuestión de evaluar las
consecuencias que puede traer lanzarse al vacío, sino de armarse de coraje y
dejarse caer, si es que al final de él se halla lo que buscamos. El miedo no
puede detenernos a la hora de alcanzar nuestros sueños, o al menos no debería
hacerlo.
Y es
que el miedo es el peor carcelero que existe. Comienza siendo un leve temor,
algo insignificante en lo que apenas reparas, y a continuación va expandiéndose
en tu mente como un veneno hasta convertirse en un yugo al cuello, una presión
que te oprime el pecho y apenas te deja respirar, un efectivísimo paralizador
capaz de bloquear tu mente e impedirte ver tu camino hacia la meta. El miedo es
un asesino lento y constante, un torturador que infringe cada vez más daño
conforme el tiempo va transcurriendo, un aprisionador que al que nosotros
mismos damos a luz y que nos fuerza silenciosamente y sin que apenas nos demos
cuenta a construirnos la jaula en la que, si nos descuidamos, permaneceremos
encerrados el resto de nuestras vidas.
La
mayoría de los sueños vienen de la mano del miedo, y suele ocurrir que cuanto
más grande es el sueño, más aún lo es el miedo que lo acompaña. El reto está en
saber distinguirlos y separarlos para que los sueños sometan y difuminen al
miedo, y no dejar que sea al revés. Ahí es donde se prueba la valía de cada
hombre y mujer, el sentido que al menos yo le otorgo a la vida: saber superar
nuestros miedos para alcanzar nuestros sueños y, algún día, podernos sentirnos
orgullosos de quiénes somos y qué hemos logrado.
“El
laberinto de la luna”, nombre que le he otorgado a este blog, es la historia de
un sueño y de un miedo: el sueño de una niña de seis años que quería escribir
historias y, en un futuro, poder vivir de las fantasías que ella misma creaba;
y el miedo de una adolescente de catorce años de fracasar en su sueño infantil y
que se quedase en eso, una mera ilusión de niña pequeña carente de sentido y
futuro.
Con “El
laberinto de la luna” comienzo una nueva etapa en mi vida, la etapa en la que
dejo de alimentar miedos para cultivar sueños y disfrutar de los frutos que
engendren. En él narraré pequeñas historias de una serie de personajes bastante
distintos entre sí, y tal vez mezcle estas historias con otros tipos de
relatos, quizá algún poema o puede que algo relacionado con mis gustos o mi
forma de pensar.
Os
invito a participar de este blog leyendo y compartiendo las fantasías de esta
cabeza loca y trasnochada que tengo por compañera, y espero que os entretengan
y lo disfrutéis tanto como lo haré yo escribiéndolas.
Nace
por fin, después de varios meses gestando la idea, “El laberinto de la luna”.
Un
saludo a todos y… ¡Ah! ¡Feliz Navidad!
Me gusta lo que escribes. Nunca temas al fracaso, en la vida no cuentan las caídas, sino las veces que seas capaz de levantarte y perseguir tu sueño.
ResponderEliminarDentro de unos años presumiré de ser el primer seguidor de tu blog.
Cosas como esta son por las que merece la pena seguir levantándose tras las caídas. No te imaginas lo que me alientan tus palabras y la ilusión que me hace que te guste. ¡Muchísimas gracias!
ResponderEliminarBicho, sigue así. Fan incondicional de tu blog y de tu persona.
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